miércoles, 28 de mayo de 2014



Cada vez que su mirada penetrante se posa en mis ojos todo mi ser cobra una estructura ordenada, armónica, habitando en mi la paz que tanto anhelo. Tan solo distinguir su calmada figura entre la muchedumbre apresurada renace en mí la ilusión como una danzarina llama. Su cuerpo constituye la encarnación de mi felicidad, codeándose entre un resplandor onírico que solamente yo puedo apreciar. No son pocas las ocasiones en las que me he imaginado rodeada por sus ardientes brazos o robándole un ósculo inesperadamente en un arrebato de pasión incontrolable. Pero aun así soy consciente de la realidad que en mí se cierne cual maldición milenaria, del vacío temporal que nos separa, desgarrando mi alma centímetro a centímetro mientras me esfuerzo, prisionera de su dulce voz, por zafarme de este apremiante corsé que me ahoga y me asfixia. A pesar de este sufrimiento, mi mente sigue resistiéndose a abandonar los sentimientos que me arrojan a tal irracional locura, pues su cálida sonrisa, sutilmente levantada por su comisura derecha, constituye una milagrosa panacea a todos mis males, desnudándome de mis preocupaciones y recargándome de un mágico júbilo que invade cada rincón de mi piel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario