Cada
vez que su mirada penetrante se posa en mis ojos todo mi ser cobra una
estructura ordenada, armónica, habitando en mi la paz que tanto anhelo. Tan
solo distinguir su calmada figura entre la muchedumbre apresurada renace en mí
la ilusión como una danzarina llama. Su cuerpo constituye la encarnación de mi
felicidad, codeándose entre un resplandor onírico que solamente yo puedo
apreciar. No son pocas las ocasiones en las que me he imaginado rodeada por sus
ardientes brazos o robándole un ósculo inesperadamente en un arrebato de pasión
incontrolable. Pero aun así soy consciente de la realidad que en mí se cierne
cual maldición milenaria, del vacío temporal que nos separa, desgarrando mi
alma centímetro a centímetro mientras me esfuerzo, prisionera de su dulce voz,
por zafarme de este apremiante corsé que me ahoga y me asfixia. A pesar de este
sufrimiento, mi mente sigue resistiéndose a abandonar los sentimientos que me
arrojan a tal irracional locura, pues su cálida sonrisa, sutilmente levantada
por su comisura derecha, constituye una milagrosa panacea a todos mis males,
desnudándome de mis preocupaciones y recargándome de un mágico júbilo que
invade cada rincón de mi piel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario