lunes, 18 de agosto de 2014




¿Donde están los tucanes, con sus maravillosos picos bañados por el arco iris? Aquellos fascinantes seres exóticos que poblaban nuestras fantasías cuando soñábamos aventuras de intrépidos exploradores y bellas sirenas, ¿adónde quedaron? Ya no consigo recordar las majestuosas aves del paraíso, lenguas de fuego que con sus doradas coronas surcaban los cielos de mi imaginación. Tan solo diviso repugnantes palomas grises que esparcen sus malolientes excrementos por la contaminada ciudad, infectadas por extrañas enfermedades que degradan un paisaje cada vez más decrépito. A través de mi ventana solamente puedo vislumbrar molestos pájaros cuyos cantos se han transformado en horribles cacofonías que se mezclan entre los sonidos chirriantes y convulsos de la urbe. En cierta ocasión pude distinguir un pequeño gorrión pardo, un diminuto animal muy simpático que me observaba curioso sobre las baldosas de la acera, instantes antes de que un ávido felino se abalanzase sobre el indefenso pajarillo con unas zarpas letales y lo devorase cual león hambriento. Constantemente estamos bombardeados por imágenes de sucedáneos de pavos reales, cuyos coloridos plumajes son fruto del abundante maquillaje y el retoque, y ya no lucen apetitosos o voluptuosos cuerpos sino escuálidas y enfermizas figuras. Las blancas gaviotas que anteriormente se difuminaban en el horizonte sobre el mar se han apoderado de las zonas costeras, escarbando entre los desechos humanos e imponiendo sus graznidos, recortando nuestros derechos como ciudadanos. Ahora los guacamayos aparecen únicamente en las reproducciones de las obras de Rousseau colgadas en el salón de algún soñador frustrado, los verdes loros ya no saludan desde los hombros de malvados piratas sino que repiten palabrotas para el deleite de sus amos, encarcelados entre barrotes de plástico dorado. Y las hermosas mariposas que antes pugnaban por salir de mi estómago revoloteando en mi interior de excitación, ¿adónde marcharon? Quizás se transformaron en estas diminutas polillas que me atacan de noche, que no me permiten alcanzar el ansiado sueño y agujerean mi ropa hasta consumirla completamente, dejándome desnuda ante la realidad.

lunes, 11 de agosto de 2014

XXI



A veces me pregunto qué es lo que la hace tan especial. Quizás es su capacidad para contagiar alegría dondequiera que vaya, provocando sonrisas y sonoras carcajadas con sus despreocupados comentarios. Su naturalidad se funde con una espontaneidad innata, posee un increíble don para infundir un sentimiento de bienestar a su alrededor, pues es inconcebible la idea de que alguien no se sienta a gusto a su lado. Desprende calidez e irradia optimismo, goza de una predisposición muy positiva y es la primera en ofrecer su ayuda. Desearía gozar de la sensatez con la que habla; tiene un tacto exquisito para saber qué decir en cada momento y una conversación sumamente agradable, su elocuencia es capaz de persuadir al más perspicaz de que se trata de una experta en algún tema del que acaba de escuchar por primera vez. Pese a que de vez en cuando me mofo de su ignorancia sobre algún aspecto, únicamente con el propósito de incomodarla (situación de la que suele salir airosa con una amplia sonrisa y una risilla característica), no puedo negar que es una muchacha realmente inteligente, cuya capacidad de concentración, dedicación y esfuerzo siempre he envidiado. Quizás es por su encanto, que transmite mediante su buena voluntad y un gran corazón. Estoy convencida de que ella es aquella chica que todo el mundo anhela conocer.

A veces me sorprendo admirándola en silencio para grabar su rostro en mi memoria, estudiando sus rasgos para no modificar ninguno de los detalles que configuran su belleza. Una belleza envidiable; dos majestuosos ventanales con vistas a un océano de aguas cristalinas te contemplan enmarcados por unas cejas rebeldes que le proporcionan aspecto salvaje, una pequeña nariz chata que le confiere un aspecto bonachón y sus labios carnosos perfectamente perfilados que siempre esconden una sonrisa. Mil veces he procurado enojarme con ella, pero todos mis intentos fueron en vano; si apenas conseguía irritarla, en un abrir y cerrar de ojos ya volvíamos a reírnos como si no hubiese sucedido nada. Supongo que este es el inevitable sino de los hermanos...

A tu lado he sido princesa, la más preciada clienta de tu supermercado, sirena de aguas marinas, una alumna excepcionalmente atenta a las explicaciones sin sentido de su profesora, vaca, caballo, perro e incluso un marido borracho e infiel quizás demasiado inspirado en las telenovelas que nos ponía la abuela después de comer. Juntas éramos dos reinas del drama, dignas de poseer espectáculo propio en Broadway. Pero, sobre todo, a tu lado he sido bailarina. Nuestra pasión por el baile, materia que siempre has dominado con gran maestría y salero, nos fue infundada desde que tenemos uso de razón. Recuerdo (y quedan como testigos los incontables vídeos caseros que grabaron) tu empeño en bailar cualquier tipo de música o sonido que tu oído era capaz de apreciar. Desde los infalibles ritmos latinos que nos acompañaron durante la infancia (cómo olvidar artistas como Chayanne, David Civera, Shakira, Thalía, Paulina Rubio, La Oreja de Van Gogh, Christina Aguilera, Beyoncé o Madonna) hasta la banda sonora de los videojuegos de coches de carreras de la PlayStation 1 mientras jugaba nuestro vecino, pasando por la sintonía del telediario y la música ambiental en algún chiringuito perdido por la playa, helado medio deshecho en mano. Todavía mantienes esta parte de ti intacta, pues siempre te sorprendo vagando por casa absorta en tu mundo, con los auriculares puestos bailando como si te encontrases en el pódium de la más concurrida discoteca.

Tu coquetería es célebre en toda la ciudad, difundida mediante un escrito ganador del primer premio de los Juegos Florales que escribí en primaria, el cual leí enfrente de todo el curso y en el cual plasmaba mi incomprensión frente a esa etapa por la que estabas pasando: La Edad del Pavo. Supongo que ese periodo te marcó para la eternidad, pues dejó su huella en tus dramáticos movimientos gestuales que se escabullen en cada conversación, motivo de mis burlas inocentes. Aún te molestas cuando alguien te recuerda ese texto, aunque intuyo que, secretamente, te encanta.

Y aunque a veces intentemos disimularlo, en el fondo siempre te preocupas por mí y sabes que yo me siento muy orgullosa de ti. Porque te quiero desde el instante en que te vi por vez primera, en el mismo hospital donde nací, cuando abrí mis ojillos y vi dos enormes turquesas observándome horrorizada. Fue entonces cuando decidí que serías mi enemiga favorita, mi mejor amiga y mi mayor confidente.

Siempre a tu lado, siempre tu hermana.


¡Muchas felicidades, preciosa!